Fantasma
Septiembre 26, 2016
12:29 am
Pregunta. Respuesta. Pregunta. Respuesta. Pregunta…
Te acuerdas cuando jugábamos a las preguntas? Así empezamos tu y yo, con preguntas. Y por alguna razón todavía pregunto, pero no lo que te quisiera preguntar, y tu todavía respondes, pero quizás no lo que yo quisiera escuchar.
Hace frío bajo el sol. Las hojas aquí se están enrojeciendo, y me acuerdo cuando me enrojecía como las hojas al verte; un rojo tímido, un rojo vivo, un naranja acelerado como las puestas de sol que nunca alcanzamos. Pero ese naranja si me calentaba, tu me calentabas, con o sin puesta de sol. La piel se me eriza aquí, bajo luces que no te conocen y sobre asfalto que no has pisado; me tiemblan los hombros y se me inundan los ojos cuando la luz me dice que no te conoce, y me duele el pecho y se me enreda la garganta porque aquí alcanzo la puesta del sol, pero te busco y no te encuentro –ni siquiera en el anaranjado que es esconde sigiloso en el horizonte.
Me duele que se me olvidan las cosas. Se me olvida el color de tus ojos, solo queda en mi el verde y la miel cuando el sol te acariciaba. Se me olvida tu olor, pero el miércoles pasado pasó alguien con tu olor y la partecita de mi corazón que te tengo reservada se despertó y te busque sabiendo que no iba a encontrarte, te perseguí hasta la cafetería solo para seguir oliéndote aunque sabia que no eras tu, tu ya no estás. Se me olvidan también tus abrazos, no los siento a mi alrededor como antes, pero se que no eran como los de ahora, porque los de ahora son muy fuertes, o muy débiles, o de pronto son solo abrazos –pero no tuyos. Lo único que no se me olvidan son tus manos, es lo único que me queda aquí en mi soledad anaranjada y fría. Me acuerdo que eran grandes, más grandes que las mías, pero más que acordarme de su apariencia (con las uñas comidas como las mías) me acuerdo de ellas en mí. En tijeritas contra mi cachete, entrelazadas, entre mis dedos cuando contaba los tuyos mientras manejabas, junto a las mías en tus labios, sosteniendo mi cara, moviendo mi pelo, fundiéndome en ti.
Te prometí un cuartico en mi corazón, te acuerdas? Quizás fue en una de nuestras escapadas, cuando te hice bajar del carro para besarnos con los pies en la tierra, me parece ahora que nunca los teníamos así pero no importaba, por lo menos se que ahora ya no importa. Todavía entro y lo limpio para que nunca se llene de polvo, porque soy alérgica y si se llena de polvo no podría regresar. Hay un cojín en forma de zanahoria, y es lo único que queda (sin contar los libros que me dejaste). Las paredes cambian de color cuando las toco y en un día como hoy están llenas de moho y me toca sacar el tapabocas para poder sentarme en el piso a llorar. Todo el cuarto se siente como tenerte conmigo; se siente como un beso pero tus labios no me tocan, un abrazo tuyo pero los brazos no me alcanzan –en mi cuartico eres el presente, no mi pasado.
El problema es que cuando salgo del cuartico y te busco por fuera me encuentro con que tu estás armando casa en otro lado, y yo también debería, e intento, pero no puedo, porque me gusta el cojín de zanahoria y me gustan las paredes que cambian con el corazón y no puedo salir del cuartico porque mi cuerpo no me lo permite, solo regreso al maldito cuarto condenado, al principio y al fin de mi existencia. Pero vivir ahí es igual a estar sola, porque te perdiste en el mapa que dibuje de ti hace unos años y cuando te veo ya no estás ahí, eres un fantasma y los fantasmas son como las puestas de sol contigo y no se dejan alcanzar.
No hay nada que hacer. Con mis rodillas dobladas y mi cara inundada de Magdalenas me doy cuenta que contigo todo es difícil y dificultades como estas no las sé resolver. Y lo peor de todo esto es que cuando estoy en la mitad de una dificultad, de esas que me hacen doler el pecho como te explique hace mucho tiempo, siento que solo tu me puedes ayudar a resolverlas. Y no se qué hacer o a quién llamar porque esta dificultad duerme, come y respira en tí.